Blog Susarón

Artículos, opiniones y vivencias que compatir desde la montaña

Novela Susarón (José Mª Goy, 1920, edición año 1945)

Dedicatoria: A la mi señora madre doña Rosa González de Caso, a los sus hermanos, mis señores tíos don Gonzalo y don Daniel, y a los nuestros parientes montañeses.

Prólogo: Para antes de empezar

Lector: si, contaminado del actual positivismo, a tus anchas te arrastras con placer a rás de tierra, muriendo la mal llamada vida moderna, tan ahíta de egoísmos como ayuna de ideales, y, mal maridado con la estéril frivolidad, tuviste la desgracia de permitir se acallaran los ayes del corazón, secándose en el limpio manantial de la ternura, no leas este libro; pues no se ha escrito para ti.

Si, por el contrario, gustas de sentires y, por tu dicha, eres de los no poco venturosos, que, en medio de tanta desolación de espíritu, aún conservan puros goces, deleitándose en la contemplación de la siempre bella Natura, y holgándose de morales bellezas, lée estas páginas, seguro de topar en ellas con paisajes, personas e ideas muy de tu agrado.

Con el libro de amores humanos, a lo divino ajustados, en ratos de convalecencia y ocio formé la trama de esta novela, encaminada a narrar las hermosuras de la montañesa tierra de León, tan digna de cantarse como ignorada de quienes, buscando quizá en otros países lo que con creces tienen a las puertas de sus casas, a ella no se han asomado, teniéndola a dos pasos.

Común achaque de españoles es preferir lo extranjero a lo nacional y exaltar lo exótico con menosprecio de lo propio.

A corregir este error, describiendo los encantos de lo nuestro, van dirigidas las siguientes líneas, escritas sin ánimo de lucro, que se positivamente no ha de haber, y sin ansias de gloria, que fijamente sé,  que no he de conquistar en camino, que jamás he pisado y que es, casi seguro, no volveré a recorrer, ya que por otras veredas, harto distanciadas de la novela, andan mis pensamientos, engolfados en el estudio del Código Canónico y Decretales.

La enfermedad y mi amor a la leonesa tierra marcaron un alto en mis habituales ocupaciones de autos y sentencias, y, mira por donde, bondadoso lector, en vez de un estudio jurídico tienes en tus manos una novela.

De ello me admiro yo mismo, y, si con ello te enojare, sírvame de escudo de tus iras mi gran afecto a la tierra de mi provincia, y sea causa de tu perdón mi propósito de enmienda, no volviendo a coger la pluma para tales pasatiempos.

A fin de que nadie a engaño se llame, me place no terminar esta introducción o lo que sea, sin decir algo de mis muñecos. 

Afirmaba el insigne Valera que “de una virtud completa no se podía sacar acción, que interesara, ni tuviera algo dramático”; y Pedro Mata corrobora: “Es verdad. Las mujeres completamente honradas son como los pueblos felices; no tienen historia”. Al mismo Mata le preocupan los señores de la acera de enfrente de los moralistas, y no quiere le digan ha transigido y se ha entregado a la ñoñez. Al gran Benavente, con justicia traído y llevado en palmas, comenzaron a tundirle con el fantasmón calificativo de ñoño, cuando escribía El Collar de estrellas y similares.

Antes que nadie me cuelgue el sambenito, me lo pongo yo solo, y afirmo que, el que no quiera sufrir desengaños, en este mismo instante suelte de la mano este libro ñoño, insuperablemente ñoño, escrito con guante blanco, y en el que ni una sola mujer hay sin virtud completa, y por tanto, en sentir de Valera, sin acción, sin nada interesante, sin nada dramático.

Claro es que, al publicarla yo, persuadido estoy de la falsedad de las anteriores afirmaciones, aunque, por mi mala ventura, no de con el quíd de hallar acción, interés, drama, en la virtud de mis femeninos personajes; mas no será esto porque sean incompatibles lo virtuoso y lo artístico y novelesco (a miles hay ejemplos de lo contrario, y los mejores), sino porque, ¡pobre de mí!, y un tanto osado, entreme por caminos ajenos a mis pasos cotidianos.

Debo confesar un gran pecado literiario, y es que, para mi objeto, la acción, los personajes, el nudo, el desenlace son algo secundario. Mi primordial fin es describir paisajes y costumbres, mas como no debo hacerlo, valiéndome de las consabidas banderitas, el papel tela y los divertidos planos, forzosamente he tenido que crear mis hombres y mujeres, hacerles hablar, sentir, amar, vivir corto espacio de tiempo en escenario tan grandioso y entre costumbres tan patriarcales, y tan próximas a desaparecer.

No intento, pues, intrigarte y divertirte con las andanzas de Tino y Cundo, los amores de Nieves y Marusa, y las ideas de D. Manuel y D. Diego.

De éstos y de otros me valgo, para lo ya dicho; y si consigo acuciar en ti el deseo de conocer tierra tan maravillosa, y mi fortuna llegara a alcanzar que en la taquilla tomaras un billete de ferrocarril, o en tu auto asomases a comprobar por ti mismo la imponente majestad de aquellas montañas y los encantos de aquél indescriptible Pinar, me daría por muy pagado en todos los trabajos, sin apetecer otra corona que la de haber salido al mismo tiempo por los fueros de la maltratada ética, recordando ideas muy sanas, que serán muy añejas, pero son las únicas con poder suficiente, para despertar en el alma los dulces sentimientos, que ennoblecen, mediante la ejemplaridad de la siempre amable belleza moral.

Y pues ya sabes a qué atenerte, lee o cierra pero en todo caso no olvides la buena intención del autor.

Así Dios te salve y a mí no me abandone.

José María Goy 

Calahora y marzo – 1920 -

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